La noción de
libertad de A. Sen, orientada a que el ser humano sea capaz de ser y de actuar
de acuerdo con sus valores, tomando las decisiones que considere adecuadas y
recuperando el dominio sobre su vida,
remite a reflexionar en torno a los valores de los que estamos hablando, toda
vez que la civilización actual ha
impuesto unos “no –valores” tales como
el individualismo (realización personal
a cualquier precio), el consumismo y la competencia descarnada, que predominan sobre la idea de de vida en comunidad. La consecuencia es que
los seres humanos vemos limitada nuestra capacidad real de actuar
basados en valores tales como el respeto
a la vida, la dignidad de las
personas, la libertad o la solidaridad.
Como siempre, los menos favorecidos son
los más perjudicados y carecen en
la práctica de derechos. La propia democracia representativa, concebida por
Sen como un valor y el mercado como
signo de libertad, se encuentran hoy
profundamente desacreditados por el imperio que ejercen sobre ellos los
poderes reales, incluidos los grandes medios de comunicación de masas. A. Sen no profundiza el análisis en torno a
estos poderes reales – aunque sostiene que la pobreza es producto, en buena
medida, de una desigual distribución del ingreso, fuente a su vez de malestar social; y no traza
un camino orientado a encarar a estos
poderes de manera eficaz[1].
Por otro lado, para A. Sen la buena vida se
sitúa esencialmente en la esfera del consumo e implica el acceso a bienes
materiales para llevar una vida digna:
Ingresos económicos, sustento asegurado, alimentos,
agua limpia alojamiento, vestido,
acceso a energía, calefacción, salud, seguridad; pero también desarrollo de relaciones familiares y sociales
adecuadas, reivindicación de libertades, de un ambiente sano y protección de
los ecosistemas. En ese sentido, más que
un listado de necesidades básicas [2], A. Sen propone el desarrollo de las
capacidades positivas, como él llama a la suma de las principales funciones
humanas. Hay quienes sostienen que estas
capacidades positivas son en realidad la
realización de derechos, que en la formulación que hace A. Sen corren el riesgo
de invisibilizarse.
Más allá de las críticas que puede merecer el pensamiento de A. Sen, lo
cierto es que inaugura una nueva forma de concebir el desarrollo, que carece de
una formulación concreta que haga posible su concretización y que por
consiguiente, no ha sido implementada aún en ningún lugar. Por lo tanto, se ubica al interior de lo que
podemos llamar “ideas utópicas”[3], que –adelantadas a su tiempo – históricamente casi siempre han estado
estrechamente relacionadas con un espacio específico[4], terreno de experimentación y de innovación. En el siglo XIX esta tradición se rompió con la revolución de
1848 en Francia, que le valió decir a C. Marx en el Manifiesto Comunista, que
el socialismo utópico no había logrado percibir la existencia de un sujeto que llevara
a delante los cambios sociales. Años más tarde, con el advenimiento de la Comuna en 1871, Marx podría encontrar una fórmula concreta de sociedad alternativa. En todos los casos el modelo que se repite es el de comunidades libres, democráticas
y confederadas donde el territorio juega un papel fundamental. En el caso de A.
Sen su propuesta de desarrollo ha sido adoptada, de una manera u de otra, por
muchos de los especialistas en materia de desarrollo local, en las diversas
variantes que han sido expuestas en el acápite respectivo.
[1] Ver al respecto:
“A. Sen y el Desarrollo como Libertad: La Viabilidad de una Alternativa a las Estrategias
de Promoción del Desarrollo”, María Edo, Departamento de Ciencia Política y
Gobierno, Licenciatura en Estudios Internacionales, Universidad Torcuato di
Tella, Buenos Aires, 2002.
[3] En aplicación de las ideas de A. Sen el PNUD ha creado los Índices de Desarrollo Humano, que están basados
en tres variables principales: Salud, educación y vida digna, que son medidos
cada año a fin de monitorear el avance de los países en materia de desarrollo;
los mismos que simplifican y reducen las propuestas de Sen.
[4] Desde las utopías
platónicas, pasando por las del renacimiento, léase Moro o Campanella, y las del siglo XIX (principalmente Owen, Fourier,
Proudhon), hasta M. Gandhi, el pensamiento utópico ha estado relacionado por lo
general con territorios concretos, que son donde estas utopías han sido imaginadas.