Es tanta la locura del
mundo actual que se destruyen bosques,
se secan lagunas, se destruye la biodiversidad y se desalojan a miles de personas, para
extraer oro. Como si el oro fuera más importante que bosques, lagunas o seres
humanos. Pasa en el Perú, pasa en México, pasa en Republica Dominicana, pasa en
Argentina. La fiebre del oro - útil sólo
para fines especulativos o suntuarios -, la voracidad y la codicia de unos pocos
consorcios poderosos recorren el planeta
arrastrando a su paso territorios
enteros con el beneplácito de los gobernantes y el aplauso servil de la
prensa. Los argumentos justificativos
son a toda vista falaces. Su explotación nos traerá el desarrollo, dicen, como
puede observarse en el aumento del producto bruto interno de los países
extractivistas. Como si ese criterio no hubiera sido tan fuertemente cuestionado
que hasta la conferencia Río + 20 se ha visto obligada a recomendar el estudio
de nuevos indicadores porque el vigente esconde todo el daño que genera una
explotación irracional como la que existe hoy en día. Estamos saliendo de la pobreza, agregan, y
muestran cifras engañosas y cínicas, a partir de una línea de pobreza
imaginaria, producto de ingresos y gastos elementales que nada tienen que ver
con el desarrollo de oportunidades, libertades
y capacidades. La consecuencia lógica de
esta mascarada hipócrita es la indignación, la
protesta, la defensa del territorio. Por eso proyectos muchos proyectos son impuestos a sangre y fuego. Ayer el
conflicto Conga cobró tres nuevas víctimas mortales por arma de fuego.
Lamentamos profundamente este hecho. Yanacocha tiene las manos manchadas de
sangre. Como las tiene el gobierno del señor Ollanta Humala que se ha negado a
dialogar en todos los tonos y que pareciera ser que está dispuesto a aplastar
al pueblo de Cajamarca para imponer su decisión. Una lástima.