En principio, la visión de la noción “territorio” desde la arquitectura y el urbanismo es semejante a la de la geografía porque lo concibe como un espacio físico con determinadas características tales como relieve, altura, clima; y como espacio habitado. Para la arquitectura y el urbanismo son importantes el ser humano y las transformaciones que el hombre realiza en el territorio. Por eso la responsabilidad que tiene el urbanismo en materia de territorio es organizarlo y acondicionarlo. Labores que esenciales desde que el hombre abandonó la caza y la recolección por la agricultura, transformó el ambiente e ideó mecanismos para garantizar la reproducción, protegerse de las amenazas del entorno y facilitar los desplazamientos e intercambios económicos, sociales, políticos o culturales. En ese sentido, el llamado “espacio natural” es en realidad resultado de múltiples intervenciones humanas previas, orientadas a obtener provecho de las condiciones específicas de cada espacio geográfico: clima, relieve, recursos. Lamentablemente los dos últimos siglos han sido testigos de cambios fundamentales en el manejo y en la explotación que el hombre ha hecho de los recursos naturales y del territorio, que han hecho que se divorcie de la necesidad vital de organizar el espacio.
El ordenamiento del territorio es una respuesta al desequilibrio creciente campo - ciudad originado por el industrialismo de fines del siglo XIX. Y el acondicionamiento busca atenuar sus efectos negativos en la ciudad (procesos acelerados de urbanización e implantación desordenada de las empresas, habitaciones y equipamientos, que obligaron a formular las primeras normas de salubridad pública y ordenamiento espacial). La planificación urbana nació en Inglaterra a mediados del siglo XIX para mitigar los efectos “ambientales” que produjo el crecimiento urbano en la población, debido al traslado de los medios de producción y de gente del campo a la ciudad. Se buscaba, por razones de salud pública, garantizar la separación de la industria y del comercio de las zonas residenciales y reducir la densidad de la población.
Esta preocupación, recogida por personajes como Owen Fourier o E.Howard, sería retomada en los años 20 por los arquitectos que dieron vida a los Congresos Internacionales de Arquitectura Moderna. De acuerdo a lo que proponía esta corriente, el urbanismo debía ayudar a organizar las funciones de la vida colectiva en la ciudad y en el campo, a saber, la vivienda, el trabajo y el ocio. Los medios por los cuales se habrían de cumplir estas funciones, eran la distribución del suelo, el reglamento de circulación y la legislación. Estos conceptos se ampliaron en 1931 en el Congreso del CIAM realizado en Atenas, que dio lugar a la “Carta de Atenas”, que propuso una serie de medidas para enfrentar los problemas que enfrentaban las ciudades, principalmente europeas.
Desde aquel tiempo, la planificación urbana adquirió un peso cada vez más importante como instrumento para el ordenamiento urbano y experimentó mayores precisiones conceptuales, aunque la zonificación como principal instrumento perdió fuerza debido a aspectos tales como los costos, principalmente de transporte. Entonces cobraron vigencia otros enfoques relativos a la planificación urbana, como el “participativo, que fue dejando poco a poco el plano casi exclusivamene espacial para abordar también el plano social. El arquitecto John Friedman en 1965 (“Introducción al Estudio y Práctica de la Planificación), sostenía que la planificación es una forma de pensamiento, una manera de abordar los problemas sociales, un instrumento de la razón, que habría de permitir a la sociedad “ orientar su desarrollo ulterior, asegurando en todo momento el bien social máximo”. Con ello Friedman salía al frente de las formas tradicionales de planificación derivadas del pensamiento funcional del urbanismo moderno, que no tomó en cuenta suficientemente a la gente, al peso de la historia, ni al contexto concreto de cada realidad específica.
En “Ciudades Sin Rumbo” José Luis Coraggio retoma a Christian Topalov y sostiene que el modelo de los planes reguladores tiene su origen en la Europa del siglo XVIII “Donde las primeras intervenciones estatales nacen con la separación entre lo público y lo privado al convertirse la salud pública afectada por decisiones privadas, en asunto de estado”. –Continúa Coraggio- “ (Con este antecedente) en los años 50 encontramos como principal modelo de intervención pública urbana el plan regulador, encargado de imponer orden racional a una realidad trastornada por el crecimiento caótico e irracional que viene de afuera, del campo”.
En la década de los años 70 los estudios sobre urbanismo y planificación en América Latina estuvieron muy influidos por la sociología urbana estructuralista de raigambre marxista, principalmente por Manuel Castells, que en la “Cuestión Urbana” critica radicalmente la planificación urbana, como instrumento funcional a una lógica de apropiación del espacio por parte de las clases dominantes, y de segregación espacial. Para él, el espacio era un terreno de conflicto social entre intereses que pugnaban por dotar a la ciudad de un determinado significado, de una función y de una forma.
Pasada la hora de los pensamientos globales, del fin de los paradigmas, después de las propuestas de la ecología urbana, del modernismo y del estructuralismo, los científicos sociales de la década de los 90 se abrieron a un tipo de análisis más bien sectorial y específico de los múltiples problemas urbanos existentes. La planificación urbana, por su parte, abandonó la pretensión explicativa de los fenómenos urbanos y (de la mano con las urgencias específicas de ciudades empobrecidas y en crisis) se abocó a diseñar programas y proyectos sustentados en la “planificación estratégica”, que atiende asuntos concretos enfatizando una visión prospectiva.