El pensamiento de Manuel Castells emergió como una crítica radical a la escuela de Chicago y tuvo una gran influencia en la década de los años 70, no sólo en el mundo de la planificación urbana, sino también en la geografía, la antropología y en la propia sociología. La tesis central de Castells fue que la ciudad crecía y se desarrollaba a partir de procesos socio-económicos y políticos, por decisiones humanas y no por procesos “naturales”, ecológicos o culturales. Henry Lefebvre, en contraposición le otorgaría a la cultura y a la gente la capacidad de modificar el territorio más allá de los condicionantes estrictamente económicos.
Hacia fines de siglo asistimos al fin de los grandes discursos interpretativos. Como sostuvo la escuela de Franckfurt, en el siglo XX, el racionalismo, la técnica, la “objetividad”, lejos de resolver los graves problemas de la humanidad habían sido portadores de grandes males que pusieron en peligro el ecosistema. Yendo K. Popper ha sostenido que la puesta en práctica de utopías radicales que buscaron cambiar el sistema, basadas también en el paradigma racionalista, sufrieron la misma suerte. La conclusión era que dos de los principales postulados de la modernidad, la razón y con ella la posibilidad de alcanzar una vida plena, habrían demostrado su ineficacia.
Ello explica en parte el surgimiento de un nuevo discurso que rompe con la lógica de la modernidad. José Benigno Zilli Manica (Poiesis 2002, Santiago de Chile, http://www.geocities.com/fdomauricio/) afirma que la crisis de los grandes paradigmas ha traído como consecuencia que hoy se hable cada vez más contra la razón y contra la lógica. Se rechaza cualquier sistematización que pretenda englobar una totalidad, o cualquier fundamentación teórica. “Lo único que cuenta es la literatura o el arte. Todo es lúdico. En la vida social se insiste en la "diversidad," que en el fondo significa que cada quien, y cada grupo humano, viva como le parezca conveniente”. Para Mac Augé asistimos a una etapa donde el tiempo es fugaz, el espacio se acorta y adopta múltiples formas, y priman la soledad, el aislamiento personal, la individualidad. Y los territorios, concebidos tradicionalmente como espacios concretos, geográficamente bien definidos, caracterizados por ser identitarios, históricos y relacionales, empiezan a dar cabida cada vez más a lugares efímeros, impersonales, anónimos, los “No Lugares” propios de la “sobremodernidad”. Lugares que conviven e intercambian permanentemente roles con otros territorios o “lugares” identitarios, históricos y relacionales.
Otra entrada al análisis del concepto de territorio parte de de la vida cotidiana como espacio de recreación de vida y de ciudadanía (Habermas, teoría de la acción comunicativa, A. Heller, “Sociología de la Vida Cotidiana). Asociado al de “vida cotidiana, se han puesto en vigor otros conceptos: ”espacio local” y “espacio público”. En el Perú Pablo Vega Centeno ha introducido la noción de “espacio social” de Ledrut: “Las diferentes extensiones y organizaciones de colectivos humanos donde la vida discurre signada por la proximidad espacial. La ocupación de este espacio con relativa permanencia lo convierte en territorio propio a los ojos de sus usuarios. Es decir, sujeto a normas y valores del grupo humano que lo habita. De ahí Remy y Voyé desprenden el concepto de “territorialidad” que interrelaciona los comportamientos humanos con su manera de plasmarse en un contexto espacio – temporal, facilitando a un grupo humano determinado resolver en el espacio las ambivalencias orden/ no orden, peligro/no peligro”.
Esta forma de entender los territorios, permite relacionar mejor éste con otros conceptos ampliamente utilizados en América Latina, como el de “barrio” (v. Pedro G. Buraglia, profesor de la Universidad Nacional de Colombia: “El barrio: fragmento de ciudad”). Cuenta Buraglia que ya a fines del siglo XIX el sociólogo Tönnies había dado cuenta del languidecimiento de la vida comunitaria, como consecuencia del crecimiento de las ciudades, y de cómo esta preocupación tomó cuerpo en la Escuela de Chicago y en propuestas como las de Perry y Abercrombie con el Plan de Londres. “En el caso de América Latina a menudo se menciona el barrio como una componente característica de las estructuras urbanas, aunque con un significado generalmente marginal o popular”, incidiendo en la relación entre comportamiento colectivo y formas urbanas. Y es que, en efecto, el barrio, como asiento de una determinada comunidad, serviría – como marco de vida de la actividad humana: Su escala permite –puntualiza– la interacción y solidaridad entre individuos, el aprendizaje, la expresión política, el desarrollo de una base económica y diversos niveles de privacidad necesarios para la vida familiar y doméstica. La supervivencia de las comunidades, en especial de las más débiles, se garantiza a partir de las redes de solidaridad, resistencia, que forman en el territorio del barrio que es escenario y facilitador de dichas relaciones”.