En lo que se refiere al Perú, Manuel Glave Testino (“La Investigación del Medio Ambiente en el Perú”, CIE, Universidad del Pacífico, Lima, septiembre 1995) relata que en lo que se ha llamado el movimiento “conservacionista”, han existido tres grandes corrientes: El movimiento ecologista de los años sesenta (V. Felipe Benavides), que impulsó las primeras Unidades de Conservación (Parque Nacional de Cutervo, 1963) y llevó a cabo una labor de sensibilización a través de las páginas del diario El Comercio. Continuadores de esta corriente serían la Red Nacional de Acción Ecológica del Perú (RENACE-PERU) y el Frente Ecológico Peruano Felipe Benavides. Durante la época del gobierno de Velasco nacería en la Universidad Agraria, la Facultad de Ciencias Forestales, que proporcionó un enfoque científico a esta corriente, después asumida por la Fundación Peruana para la Conservación de la Naturaleza (FPCN). “De manera paralela al crecimiento de los Forestales de la UNALM y el desarrollo de la FPCN – dice Glave – aparecen otros organismos no gubernamentales: La Asociación Peruana de Conservación de la Naturaleza (APECO)”. Sus objetivos eran la educación ambiental, la gestión de áreas naturales protegidas (Parque Nacional del Río Abiseo). EL trabajo de APECO se realizó de manera estrecha con el Museo de Historia Natural Javier Prado, formado por un grupo de científicos de la UNMSM. El movimiento conservacionista peruano tuvo como referente básico el “Libro Rojo de la fauna silvestre del Perú” (Víctor Puliod, INIIA 1991). “Los debates mças importantes, continua el autor, siempre se relacionaron con alguna especie y no con las capacidades de las comunidades locales de reproducirse, y al mismo tiempo, ser ellas las que conserven las especies”.
La publicación del informe de la Comisión Mundial para el Medio Ambiente y el Desarrollo (Comisión Brundtland) “Nuestro Futuro Común (WCED 1987) marcó un cambio decisivo a nivel internacional en los enfoques ambientales y desencadenó un debate intenso a nivel internacional que culminó en una primera etapa en la Cumbre de la Tierra (Río 92), que aprobó la llamada Agenda 21. Esta agenda reconoce la necesidad de integrar la conservación de los ecosistemas dentro de las consideraciones del desarrollo. Las principales preocupaciones empezaban a girar en torno a la sostenibilidad del crecimiento económico (ya el Club de Roma había llamado la atención sobre este problema en 1972 con el informe Los límites al crecimiento poco antes de la primera crisis del petróleo. Ver también en ese sentido a Shumacher: “Lo Pequeño es Hermoso); a las relaciones entre los patrones de producción y consumo con la conservación del stock del capital natural; y a las interrelaciones entre pobreza, calidad de vida y calidad ambiental. Cobran importancia entonces la “Economía ambiental” y la problemática “gris” por sobre la verde.