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jueves, 18 de octubre de 2012

Pizarra

Déficit de vivienda en la región

En reciente publicación el BID señala que no obstante que en las últimas décadas han habido avances significativos en materia de vivienda, como es por ejemplo la provisión de agua y de energía en la región, de las 130 millones de familias que viven en ciudades, cinco millones todavía comparten la vivienda con otra familia, 3 millones viven en viviendas irreparables y 34 millones carecen de títulos de propiedad, agua potable, saneamiento, pisos adecuados o espacio suficiente, Muchas de estas viviendas están situadas en barrios que carecen de facilidades urbanas. 
Los avances en materia de vivienda habidos en la región en las últimas décadas son relativos. Hoy día  más del  40% del total de los hogares de América Latina y El Caribe  habita en viviendas inadecuadas[1]. En la última década  el déficit total de vivienda se incrementó de 52 a 54 millones y de ese total el déficit cualitativo pasó del 60 al 81%. A pesar del crecimiento económico y del boom inmobiliario,  cada vez más personas viven en situación precaria, sin posibilidad de acceso al un mercado convencional que se satura de viviendas para cubrir principalmente la demanda de los sectores de ingresos altos. 
El Perú no es una excepción. Las cifras oficiales arrojan un déficit de un millón ochocientas mil viviendas La mayor parte corresponde a déficit cualitativo, es decir, vivienda construida con material precario, en zona de riesgo, hacinadas o tugurizadas, sin servicios básicos o sin seguridad jurídica.  Basta dar un vistazo por los alrededores de las principales ciudades para observar  cómo día a día aparecen nuevos barrios informales o se consolidan otros, poniendo en riesgo la vida y la salud de los habitantes. Baste como ejemplos mencionar los casos de Belén, en Iquitos, de La Oroya, de los barrios formados a las afueras de Chiclayo, Trujillo o Piura por el Norte, de Arequipa por el Sur,  Cusco o Ayacucho por el Este. En Lima este problema de la vivienda se grafica en el casco viejo de la ciudad,  en  los asentamientos de Ventanilla en el Callao, o en aquellos que surgen en laderas de cerros en Vitarte, Puente Piedra, o San Juan de Lurigancho. 
¿A qué se debe que esta situación,  en un contexto de auge inmobiliario,  se agrave con los años en vez de aliviarse?  Las respuestas pueden ser diversas. Alto precio del suelo y de  las viviendas en el mercado,  créditos hipotecarios restrictivos, altos intereses, construcción destinada   a los sectores altos, políticas públicas que apostando por un rol facilitador, dejan la solución del problema al capital privado. Pero también pobreza e inequidad en la distribución del ingreso,   e informalidad.  Como han demostrado diversos estudios, el problema de la vivienda está estrechamente asociado a la pobreza y a la inequidad en la distribución del ingreso. Los sectores pobres y muy pobres están obligados a vivir en lugares inadecuados en pésimas condiciones  porque sus ingresos no les permiten acceder a un crédito hipotecario. Y cuando ocasionalmente sí lo pueden hacer, la falta de garantías suficientes ante los organismos crediticios constituye una barrera a veces infranqueable. Esto ocurre inclusive con los propios programas promovidos por el Estado que, aunque subsidiados, no están al alcance de las  familias pobres.
Por eso la alternativa de los sectores de bajos ingresos es la ocupación informal de terrenos  públicos de poco valor,  o el mercado informal  y la  autoconstrucción progresiva.   



[1]
XVI Asamblea General de Ministros y Autoridades Máximas de América Latina y el Caribe y del XII Foro Iberoamericano:” El Derecho a la Ciudad como Respuesta Estratégica a la Exclusión Social y a la Segregación Espacial”, Santiago de Chile, 2007.