La democracia supone no sólo acudir
a las urnas cada cierto tiempo, cumplir con unas reglas y contar con partidos políticos, sino también, y
principalmente, tener una actitud, una forma de comportarnos y de actuar que posibiliten la convivencia pacífica, la vida en armonía y
la realización del bien común. Lo cuál supone
reconocer y respetar la existencia del
otro, tener tolerancia, capacidad de escuchar opiniones
distintas a las nuestras y disposición a ver más allá de nuestros
propios intereses. Desde ese punto de
vista, la derecha peruana y sus socios, los grandes medios de comunicación privados, son
profundamente antidemocráticos porque sólo aceptan la existencia de una verdad, la que ellos profesan, y atacan y descalifican de manera vil y con argumentos vanos, cualquier
otro punto de vista que contradiga sus intereses, a
partir de campañas mediáticas que luego se transforman en sondeos de opinión que van modelando la realidad, sin la menor posibilidad que quienes pensamos distinto podamos expresar
libremente nuestras opiniones a través
de esos mismos medios, en los cuáles, la desproporcionalidad en los porcentajes de presencia es evidente y escandalosa. Múltiples ejemplos en los últimos meses sustentan lo dicho. La compra de la Pampilla por parte del Estado
es una pésima idea porque el Estado ha sido, es y será un mal administrador.
Santa palabra. No se escucha hablar de otra
cosa en los canales de televisión y casi no se leen opiniones diferentes en los diarios de circulación nacional, por
los que transitan una y otra vez los
mismos personajes intentando que la idea devenga consenso nacional. Nada acerca de que la gran empresa privada,
que tiene como objeto supremo obtener el máximo beneficio con el menor costo
posible, muy pocas veces se ha puesto en
el Perú al servicio de las necesidades del público usuario y por el contrario,
ha promovido la creación de oligopolios a los cuáles es muy difícil hacer
frente porque constituyen el poder real. La cínica parcialización, el bulling que se hizo recientemente contra la alcaldesa Susana Villarán, dando crédito y
tribuna a los infundios de personajes a
todas luces interesados en el regreso
del ex burgomaestre de Lima Luis
Castañeda, al sillón de Pizarro. En este
caso, como en otros, lo turbio de la campaña y de la propia gestión del
susodicho, importaron poco. Así es la política peruana, qué pena, manifestaron
los más audaces. Punto y aparte, mañana será otro día. Todo habrá sido olvidado
y los actores volverán a ser personas probas, que seguramente volverán a tentar
suerte, acaso con éxito, en la arena política.
Como es posible que ya lo esté pensando seriamente el ex - presidente
García que no sólo promovió la revocatoria para sacar del medio a Castañeda
sino que ahora encabeza la campaña para
destruir a la esposa del primer
mandatario. Nadie se explica cómo, el APRA, siendo un partido con una moralidad
tan venida a menos y contando con una representación parlamentaria ínfima,
ocupa permanentemente todas las primeras planas en las que sus principales
representantes dan lecciones de civismo.
Meses atrás fue el asunto de Conga. Quienes mantuvimos una posición crítica
al proyecto de Yanacocha y a la actitud prepotente
de la empresa, fuimos calificados como anti mineros, personas y grupos
contrarios al interés nacional, poseedores de una voluntad política
inconfesable, revoltosos, comunistas y terroristas, y lideres como Marco Arana,
fueron incluso agredidos y encarcelados, como aquellos otros que encabezaron protestas en Cajamarca y en Cusco, por mencionar dos ejemplos. Paramos de contar. Es posible que los “disidentes”, los que nos hemos opuestos a la “verdad”, recordamos al Ministerio de La Verdad de “1984”,
como el de la Paz, no hayamos tenido
toda la razón, lo que es normal, pero es imposible que no hayamos tenido algo
de razón. ¿Entonces por qué tanto ensañamiento? ¿Es que en un país tan diverso
como es el Perú, el pensamiento
conservador que se reclama democrático y pacífico no puede dialogar sin agredir, sin
descalifica, sin apelar a la fuerza, sin invisibilizar al otro aprovechando su
poder en los medios? Lo cierto es que, como ha sido dicho por otros, en el
Perú sólo se acepta el juego democrático
entre los que piensan igual o muy parecido y
la izquierda sigue sin ser reconocida ni considerada como expresión de un
número muy importante de peruanos que, aunque numerosos, carecen de fortuna y
de poder y que no tienen por eso, acceso a la política formal, salvo
circunstancias particulares o excepciones que confirman la regla. Y que, como
es lógico, se ven por lo tanto obligados a hacer política informal en círculos políticos
y culturales, en universidades, en comunidades de base, en sindicatos, en distritos,
provincias y regiones. Lo cual termina
configurando la existencia de dos Perues, el Perú de los de arriba y el Perú de
los de abajo, el Perú del centro y el
Perú de la periferia, el Perú de los excluidos y el Perú de los excluidores, el Perú
de los que son ciego y son sordos y el Perú de los que protestan porque no son
escuchados por los señoritos de saco y corbata. Esté mejor o peor la
macroeconomía, la historia y el presente de nuestro país es esa. ¿Es tan
difícil ver a dónde nos lleva eso? ¿Hemos aprendido algo de la historia
reciente? Desafortunadamente parece que
no. Y porque no queremos repetir el pasado, el reto principal que se impone hoy
día es democratizar la democracia construyéndola de abajo hacia arriba y de
afuera hacia dentro. El ejemplo empieza por casa. Posiblemente la izquierda
pierda la siguiente elección. Es muy difícil que con las actuales reglas de
juego podamos aspirar a ganarlas hipotecando en ese vano afán nuestros
principios, nuestra identidad, nuestra razón de ser. Pero ¿qué principios, qué
identidad? ¿Qué razón de ser? Acá también juega nuestro rechazo a la exigencia
del pensamiento único. No existe en el país una izquierda sino varias izquierdas.
Todas tienen un poco de razón y otro poco de sinrazón. Parten de historias, de
vivencias, de maneras de ver las cosas, diferentes que deben ser respetadas sin
demonizaciones, sin llamarse traidores unos a otros, sin creer, como hace la
derecha, que uno tiene la verdad por encima de los demás. Y por lo tanto, cada una de estas izquierdas
debe seguir su proceso y consolidarse
como agrupaciones políticas sólidas, descentralistas, con arraigo de
bases, con programas claros, con presencia propia en la política peruana. Si en
este proceso es conveniente y factible que estas izquierdas se junten para
afrontar los próximos procesos
electorales, en buena hora, esta unidad es bienvenida. Pero para que ello sea
así es indispensable confrontar programas a la
luz de un debate público que proponga una agenda de discusión distinta a la
agenda dentro de la cual nos quiere encerrar la derecha, que sea capaz, como dijo una vez González
Prada, de acabar con el pacto infame de hablar a media voz y que
plantee propuestas concretas a nivel
nacional, regional y global.