Al momento de analizar la naturaleza del territorio es indispensable leer al sociólogo alemán Georg Simmel, que a principios del siglo XX analiza las consecuencias que tiene la modernidad para el hombre de su tiempo, como lo hicieran también entre otros Freud en el campo de la psicología, Nietzsche en el de la filosofía, y Marx, Durkheim o Weber en el terreno de la sociología. El paso del siglo XIX al XX había marcado un cambio de época radical en los terrenos de las ciencias y de la tecnología, de la economía, pero también de las ideas y la cultura. El día se alarga, las distancias se acortan; La vida rural da paso a la vida urbana; la organización asociativa reemplaza a la comunitaria; el mercado y el dinero devienen la forma principal de relación social. El individuo en la ciudad, el pobre, el inmigrante, se encuentran solos y se sienten desamparados. El mundo vive una etapa de expectativa, pero también de desconcierto y de temor ante un futuro que se presenta incierto. En este contexto, en el campo de la sociología, para unos el objetivo principal será identificar las patologías que surgen en las ciudades y de curarlas, desde una óptica más bien objetivista (vg. Durkheim: “El Método Sociológico”: Diferenciar lo normal y lo no normal; observar el objeto de estudio; medir; comparar) y para otros, entender lo que subyace a los comportamientos sociales (Marx, Weber, Simmel) a través de métodos de estudio sobre todo cualitativos.
La importancia de Simmel en la sociología es múltiple: Es uno de los primeros sociólogos en tratar el problema de la modernidad desde una óptica marcada por lo cultural y que desarrolla una crítica sistemática a la racionalidad individualista e instrumental de la sociedad moderna, en los que algunos ven un antecedente importante del pensamiento posterior de Habermas ( ). Por otro lado Simmel se interesa en el análisis de las relaciones y de los procesos, considerándosele un precursor de lo que se ha dado en llamar enfoque interaccionista. Por último, Simmel desarrolla una reflexión amplia en torno a las consecuencias sociales del proceso de urbanización (Vg:“Metrópoli y Mentalidad”) que va a ser un antecedente fundamental para el desarrollo de la Escuela de Chicago y para pensadores tales como Robert Park y Luis Wirth, que continúan teniendo plena vigencia.
El enfoque cultural en Simmel
Simmel propone una diferenciación entre cultura objetiva (lo que los seres humanos hemos alcanzado), y cultura subjetiva (nuestro manejo interno de la cultura objetiva en la perspectiva de constituirnos en seres integrales). En esos términos, sostiene que el drama de la cultura estriba en que el hombre no es capaz de asimilar sus propias creaciones, que éstas se autonomizan, cobran vida y adquieren lógica propia. Así por ejemplo, el dinero, instrumento indispensable para el intercambio comercial, ha terminado siendo una forma de relación que empobrece el intercambio, lo monetariza, lo cosifica. Esta situación se hace más compleja en la medida en que la división del trabajo obliga a una mayor especialización que lleva a que lo que hace cada individuo por sobrevivir escape cada vez más de su deseo y de su voluntad.
Las Relaciones y los Procesos
Para Simmel el análisis de los fenómenos sociales debe empezar por el examen de esta situación
y de las formas de relación que surgen del mismo. Formas que tienen su origen en lo que él denomina la reciprocidad de la acción o “acción recíproca”, definida como la interacción que se establece entre los seres humanos, la influencia que ejerce uno sobre el otro, y el producto que emerge de tal relación.
Julien Freund reconoce cuatro formas sociales principales en la propuesta de Simmel : Formas permanentes (familia, estado, iglesia, partidos políticos, instituciones en general); Formas “formantes”, que son los esquemas preestablecidos sobre la base de los cuáles se constituyen las organizaciones (jerarquía, competencia, conflicto, asociación, herencia, entre otras); Las”formaciones”, que son las formas que constituyen el marco general al interior del cual se desarrolla la socialización (política, economía, derecho, educación, religión); y las formas efímeras, que constituyen el rito de lo cotidiano (las costumbres).
La ciudad como escenario
Para Simmel el territorio es una consecuencia de la acción del hombre, que modela, modifica, humaniza el espacio vacío, le da un sentido y una perspectiva. Del mismo modo que la frontera, que antes que un atributo físico, es un hecho social producto de una forma específica de relación que anticipa o resuelve un conflicto.
En materia de espacio dice Simmel, que un gran reino no está constituido por una extensión geográfica de tantas o cuántas millas cuadradas sino por las fuerzas psicológicas que reagrupan políticamente a sus habitantes bajo un centro de dominación ( ). Y agrega: “No es la forma de proximidad espacial o de alejamiento lo que crea los fenómenos particulares de vecindad o distancia, aunque ello parezca indiscutible. Ellos también son consecuencia de contenidos puramente psíquicos cuyo desarrollo establece con la forma espacial una relación en principio idéntica a la que esta última puede tener con una batalla o una conversación telefónica”. Finalmente: “Cuando un cierto número de personas juntas viven aisladas al interior de determinados límites espaciales, cada una de ellas llena con su sustancia y con su actividad el lugar que le es inmediatamente suyo; y entre este lugar y el de su vecino subyace un espacio vacío. Desde el instante en el que estas dos personas entran en relación recíproca, el espacio existente entre ellos aparece pleno y animado” ( ).
Por otro lado, Simmel sostiene que el territorio sobre el que una ciudad ejerce una cierta influencia no se detiene en sus fronteras geográficas sino que - de una manera más o menos perceptible- se extiende por todo el país mediante ondas intelectuales, económicas y políticas. Esta es una clave para entender la noción de frontera. Dice Simmel que para nuestro uso práctico el espacio se divide en segmentos que son marcados por fronteras. Pero puntualiza que tomamos rara vez conciencia del hecho de que la extensión de estos espacios particulares – y de sus fronteras - responde a la intensidad de las relaciones que se establecen tanto a su interior como entre ellos. Las fronteras no son por tanto delimitaciones naturales; dependen de los hombres, de sus necesidades, de sus intereses, de la circunstancia particular que los envuelve.
El estudio de Simmel sobre la ciudad busca explicar el tipo de intercambio social que se genera en las urbes modernas así como sus posibles consecuencias en la formación de la personalidad. “Se trata de una aproximación al fenómeno de lo urbano que intenta ir más allá de las categorías demográfico-territoriales, institucionales, o económico-políticas al que habían recurrido otros autores, como Max Weber o la escuela marxista” ( ). A diferencia de dichas aproximaciones, Simmel veía en las primeras metrópolis el espacio por excelencia en el que se alzaban nuevas conductas de organización social, que marcarían la vida en las grandes ciudades a partir de la industrialización. La realidad metropolitana era para Simmel el dato histórico y sociológico por excelencia, punto de partida para un estudio de la sociedad moderna. Simmel desplaza el análisis de las ciudades de sus datos estructurales o económicos a la esfera de las relaciones sociales –con especial énfasis en las formas a través de las cuales estas relaciones son creadas por habitantes urbanos. En esta perspectiva de análisis Simmel irá sumando conceptos relacionados con el anonimato, la libertad, la individualización, la superficialidad, el secreto y la selección, como elementos centrales de la realidad urbana.
Uno de sus puntos principales de análisis, como ya hemos visto, gira alrededor del dinero como medio obligado de intercambio en la ciudad. La relación entre dinero y cultura impregna la naturaleza de la vida social urbana hasta la última de sus interacciones; ya sea porque el valor de cambio de la moneda fomenta el anonimato y la individualización o porque privilegia la racionalidad sobre la emotividad.
Simmel reconoce que en la metrópoli predomina la superficialidad de los contactos urbanos como forma para hacer frente a la realidad fragmentaria, y racionalizada de las grandes ciudades: El dinero como medio de intercambio, la sucesión sin límites de impresiones o situaciones imprevistas y la división del trabajo, conducen al habitante a mantener relaciones sociales basadas en la externalidad, el pragmatismo y la especialización. Ante la complejidad y la fragmentación –de situaciones, de opciones, de contactos- el individuo responde fragmentándose, racionalizando y racionando sus interacciones, manteniéndolas en un plano superficial y esquematizado.
Por último, para Simmel la ciudad, como construcción social, es inacabada e inacabable debido a que los materiales a partir de la que se genera se encuentran no sólo en movimiento, sino en el proceso de transformación constante del que depende para su supervivencia.
Algunas formas urbanas significativas
Los individuos se encuentran en una posición comprometida pero ambivalente, a la vez interna y externa, de cercanía y de distancia con la comunidad. Por un lado tienden a identificarse con la vida de su grupo de referencia, a entremezclarse y a fundir allí los contenidos de su propia vida. Pero por el otro, observan cómo de esta relación en el grupo surgen “entidades” autónomas, externas y distantes, que adquieren una independencia considerable y que se manifiestan de manera más neta en la medida en que la sociedad se hace más compleja, que crece la diferenciación y se establecen diversas escalas entre individuos. El pobre por ejemplo, ocupa un lugar claramente delimitado en esta escala: La asistencia que la comunidad le brinda pero que el pobre en la gran mayoría de casos no está en condiciones de exigir, hace de él un objeto pasivo de caridad para el grupo, que lo lleva a vivir a menudo en una situación de “corpus vile” distanciado de la colectividad, y excluido por ella.
Como el pobre, el extranjero es otro ejemplo de articulación que implica a la vez una exterioridad y una relación cercana. Dice Simmel que en muchos pasajes de la historia de la economía, el extranjero ha tomado la forma del comerciante y el comerciante, la del extranjero. En tanto que la economía está orientada hacia la subsistencia o que un círculo geográficamente cercano intercambia sus propios productos, la comunidad no tiene necesidad de comerciantes intermediarios a su interior; un comerciante no puede perfilarse sino a partir de productos que son fabricados al exterior del círculo. Si no es posible partir a comprar estos productos, es necesario que llegue a la comunidad un comerciante, que por lo general es extranjero. Por su propia naturaleza el extranjero no es en principio un poseedor de tierra, no sólo en el sentido físico del término sino también en el sentido metafórico. Es esta posición la que le confiere su característica específica de movilidad, de proximidad y de distancia. Pero, además, el extranjero, como no tiene raíces que lo aten a los componentes particulares o a las tendencias divergentes del grupo, adopta globalmente la actitud especial de “hombre objetivo”. El extranjero es, finalmente, un ser libre, que puede actuar en proximidad pero con distancia, observando las particularidades de la comunidad sin actuar en consecuencia.
Del inmigrante dice Simmel que los miembros de una sociedad migratoria dependen estrechamente unos de otros, pero –a diferencia de los grupos secundarios - , la comunidad de intereses reviste principalmente la forma de lo oculto, donde prevalece el presente, por encima de las diferencias individuales en el doble sentido de la palabra. Como diversidad cualitativa o social y como conflictos y diferendos entre individuos. La inmigración de por sí aísla al inmigrante. Por eso los comprometidos en esta empresa establecen una asociación estrecha que sobrepasa las diferencias habituales entre seres humanos. Las amistades de viaje, que para el futuro quedan como tales, permiten una intimidad y una franqueza que no son fáciles de explicar por razones sólo de interés. Para ello parecen concurrir tres elementos: El desarraigo del medio habitual; las impresiones comunes del momento; ser concientes de la separación inevitable.
Sociología
PUF, París 1999
1 Ed. 1908)
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