domingo, 27 de noviembre de 2011
Urge cambiar de mirada
Refiriéndose a los centros históricos, Manuel Castells en “La Cuestión Urbana’’, sostiene que por lo general éstos son esencialmente el espacio concreto donde se articula el aparato del estado y se materializan las relaciones complejas que dan sustento a la sociedad. Pero agrega que sería un error considerarlos sólo como entes funcionales de administración y de poder: Ellos también son espacios emblemáticos que contienen un conjunto de signos que “facilitan y permiten el establecimiento de contactos entre sociedad y espacio, entre naturaleza y cultura. Dice Castells que “Donde hay ciudad hay no sólo funcionamiento urbano sino también, y al mismo tiempo, lenguaje urbano”: Si el sistema ecológico permite captar la inter - relación de las actividades que dan vida a una ciudad, el sistema semiológico hace comprender la comunicación establecida entre los actores localizados en la diversidad del marco espacial. El centro de la ciudad es el punto clave de este campo semántico porque en él están expresados los signos, los valores, las relaciones significativas que existen en la sociedad.
Pero la forma que ha adquirido el proceso actual de mundialización, que alienta el individualismo y exacerba la mercantilización de las relaciones sociales, impone normas de conducta y estilos de vida que llevan a que las ciudades y sus centros pierdan poco a poco ese valor simbólico fundamental. Al extremo que, según Helenio Saña,habrían terminado por ser simples centros de venta y de circulación de mercancías, “una Babel caótica de almacenes y garajes, bazares y supermercados, donde los jardines del siglo 20 son las superficies de aparcamiento y donde los edificios ya no son construidos en función de su belleza arquitectónica sino en función de su rentabilidad o utilidad inmediata”. También sucede que muchos lugares importantes desde el punto de vista histórico o cultural que han sido renovados, han terminado expulsando de allí a los ocupantes, que han sido reemplazados por comercios, bancos o restaurantes que cuando cierran sus puertas dejan a la ciudad desierta y sin vida. Afortunadamente, esta tendencia predominante hoy en muchos lugares, convive con el esfuerzo, presente en otros tantos, por recuperar los espacios públicos, preocupación que se remonta a los años de post guerra y que tiene como antecedente importante el surgimiento de planteamientos tales como los del profesor italiano Aldo Rossi. El arquitecto peruano Sharif S. Kahatt, en un ensayo no publicado, “Espacio público y Renovación Urbana”, dice que el espacio público libre y abierto a todos los ciudadanos que desean ocuparlo, inseparable de la ciudad europea occidental, ha retomado, desde los años sesenta, su lugar gracias a arquitectos que quisieron recuperar para el hombre ciudades que durante décadas permanecieron dominadas por la idea de la máquina. Y señala como ejemplos de este cambio los procesos de renovación urbana producidos en Boloña, Berlín y Barcelona.
No debemos olvidar que la lógica natural del capital es obtener el máximo rendimiento con la menor inversión y riesgos posibles a fin de conseguir la mayor tasa de ganancia promedio, en un mercado por excelencia competitivo. Ese es el drama de los terrenos agrícolas que circundan las grandes ciudades, que terminan siendo cubiertos de cemento, así como de numerosos procesos de renovación urbana cuando no cuentan con una participación más activa del sector público tanto en el plano reglamentario como ejecutivo.
Por otro lado, la competitividad de la que tanto se habla actualmente tiene en última instancia como objetivo reproducir un modelo de desarrollo que no es sustentable ni desde el punto de vista económico, ni desde el punto de vista social, ni desde el punto de vista ecológico; y que para sobrevivir debe recurrir al consumo indiscriminado de energía, a la contaminación de inmensas zonas del planeta, a la deforestación, a la puesta en riesgo del capital ambiental no renovable en su conjunto.
Los cambios climáticos y los desastres naturales que experimentan hoy prácticamente todas las regiones del mundo son el mejor ejemplo de la destrucción que se está haciendo de nuestro hábitat, fundada en la obstinación de unos pocos por mantener vigente un modo de vida y desarrollar unos negocios, íntimamente ligados a la reproducción de ese modo de vida. En el caso de los países del sur esta situación es aún más grave por cuanto, ahogados por el nuevo tributo de indias en el que se ha transformado la deuda externa, se ven obligados a aceptar el ingreso de capitales extranjeros a cualquier precio, mercantilizando todo lo que es susceptible de ser mercantilizado aún a costa de hipotecar con ello el propio futuro.
Es en este contexto y no en otro que las ciudades tercermundistas buscan ponerse a tono, volverse competitivas, prepararse para captar divisas que supuestamente deberían posibilitar el desarrollo local y nacional. Y es también en este marco, que las transnacionales escogen qué ciudades son útiles y para qué: O plantas de extracción o de fundición de materias primas, o empresas con mano de obra de bajo costo; o construcción de hoteles, supermercados, cadenas de comida rápida, bancos, cines y estaciones de servicios, que crean nuevos enclaves de modernidad en el corazón de los países y de las ciudades pobres y que alimentan estilos de vida altamente consumistas.
Cambiar de mirada
Los centros históricos no son ni una mercancía al servicio de los grandes capitales ni una tierra de nadie para usufructo instrumental de aquellos que sobreviven en situaciones extremadamente precarias debido a las ventajas que puede ofrecer la localización espacial. El hecho de que hoy, en unas ciudades los mercaderes se hayan apoderado de este patrimonio que pertenece a todos y que en otras, ciertas mayorías pobres o empobrecidas hayan encontrado allí un lugar donde cobijarse, es un estado anormal de cosas, una consecuencia perversa del modelo vigente y no una fatalidad del destino imposible de modificar.
Como elemento sustantivo de una vida social sana es imperioso que las ciudades en general y los centros históricos en particular terminen con esta situación anómala. Ello supone modificar las actitudes, las relaciones, los modelos de vida actualmente existentes, rescatar la ubicación central del ser humano en el proceso de construcción del espacio, y dotar al territorio de nuevos contenidos y significados. Afán para el que no basta poner en cuestión verdades pretendidamente universales.
Hace ya tiempo que los representantes de la escuela de Chicago, analizando a la sociedad de su época, afirmaron que una parte sustantiva de los problemas urbanos tenía un origen cultural; y que el estructuralismo reaccionó, poniendo énfasis más bien en consideraciones de orden económico y social. Ha corrido también mucho agua bajo el puente desde que la Carta de Atenas propusiera criterios básicos que debían regir la vida de las ciudades y que el modernismo llamara la atención sobre la necesidad de planificar el desarrollo urbano.
En el curso de los años estas ideas, a pesar de lo que quisieron sus mentores, aparecen como complementarias porque cada una de ellas aborda un aspecto particular que tiene indudable importancia para entender a la ciudad. Lo propio sucede con los planteamientos de los utópicos de los siglos 15 o 19 y de los reformadores encabezados por Ebenezer Howard.
Lamentablemente en la actualidad muchas de estas premisas son consideradas en nuestro país como ¡utópicas o inaplicables! En otra oportunidad ya hemos abordado el tema de la utopía, pero es obvio que el debate está muy lejos de haber terminado: Así como hay quienes - desde una perspectiva más bien conservadora -, sostienen que ella ha sido a través de la historia la madre de todos los dogmatismos, existen también voces que en un tono más bien pragmático prescinden de ella porque no permite inferir aplicaciones prácticas para el manejo diario de la ciudad.
Mientras tanto el sector privado termina de cubrir de cemento las pocas áreas verdes que todavía existen en la capital y el estado lleva a cabo proyectos de vivienda en lugares, de dimensiones y con materiales inapropiados para el usuario como y para la ciudad en su conjunto. Y con relación a la Lima histórica, se repite una y otra vez (aunque no públicamente), que en el fondo, de no mediar situaciones dramáticas, ella seguirá siendo grosso modo tal como es hoy día, solo que cada vez más deteriorada. Por lo tanto habría que promover medidas que ayuden a aliviar la situación existente, o por lo menos a evitar que ella se agrave aún más. Pero cuando se llega a este punto, el problema práctico que se presenta es que en términos reales tales medidas o no existen o son a todas luces insuficientes para encarar con éxito los desafíos que tiene Lima.
Pensar en el significado que tiene hoy la Lima histórica
La revisión crítica de los enfoques urbanísticos que proponemos, que ha de permitir ir más allá de la constatación reiterada de la existencia de un orden aparentemente lógico pero que está basado en una multitud de sinrazones (o más precisamente, de intereses particulares) exige análisis concretos que permitan extraer conclusiones útiles para cada realidad específica. En el caso de la Lima histórica este análisis concreto no puede empezar sino reflexionando en torno a cuál es actualmente su significado y cuáles sus funciones principales (PAMM).
Publicado por
Unknown
en
12:53


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Etiquetas:
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