Paul A. Maquet Makedonski
Existen diversas formas de aproximarse e intentar entender una realidad tan compleja como es el mundo urbano. En la década del 50 cuando empezaron las grandes migraciones y las ciudades se fueron llenando de barrios populares, Roger Veckemans, sacerdote belga que trabajaba en Chile puso de moda la teoría de la marginalidad. La marginalidad fue una manera de adaptar a la realidad latinoamericana las tesis del funcionalismo de boga por aquellos años en Norte América.
Tomando como modelo al propio Estados Unidos, estudiosos como Walt Whitman Rostow habían diseñado un modelo teórico según el cual el crecimiento económico era por etapas. Y Pearsons ideó los llamados índices patrón que distinguirían los países desarrollados de los subdesarrollados. Complementando esas teorías en ese periodo también se renovaron las tesis difusionistas que alentaban la exportación de la cultura de los países desarrollados a los países subdesarrollados.
Como se recuerda, estos fueron algunos elementos conceptuales claves que hallaron su concreción en políticas tales como la Alianza para el Progreso, que impulsaron los programas de cooperación para el desarrollo en los años 60. Todo ello de la mano de una práctica intervencionista (Guatemala República Dominicana Brasil etc.), al interior de la cual los postulados teóricos terminaban siendo funcionales a las necesidades de la política exterior norteamericana.
Veckemans pensaba que buena parte de los problemas urbanos tenían su origen en la marginalidad social de las inmigrantes rurales que invadían las ciudades pero que no lograban adaptarse a la vida moderna y participar activamente en ella. El primer paso debía ser entonces, integrar a estos inmigrantes a partir de programas de desarrollo comunitario y de participación ciudadana que debían tener como fin mejorar la ubicación social de estos sectores y a partir de ello crear condiciones para elevar sus condiciones de vida.
Hacia fines de los años 60 un profesor argentino, José Nun, por medio del enfoque de masa marginal, refutó a Veckemans al sostener que la marginalidad que padecía una buena parte de pobres latinoamericanos en las ciudades, no se debía tanto su falta de integración a la sociedad moderna cuanto a su situación de desempleados estructurales que experimentaban, como producto del tipo de industrialización que se llevaba a cabo en numerosos países de América Latina. Esta visión constituye una fuente importante de la que habrían de beber investigadores sociales como André Gunter Frank que desarrollaron la teoría de la dependencia y señalaron que el subdesarrollo era una consecuencia directa del enriquecimiento de los países del norte a costa nuestra. Y que por lo tanto, había que buscar una nueva forma de industrialización que permitiera utilizar de manera positiva la mano de obra desocupada que terminaba hacinada en chabolas o Callampas.
En la década de los años ochenta la teoría de la modernización tomó forma en el enfoque de la informalidad, que opondría el sector formal moderno a la economía informal tradicional que sobrevive al margen de la normatividad vigente, a (Carbonetto), y que tiene sus consecuencias no sólo en la esfera laboral, sino también en la forma de vida, en el hábitat y en el transporte. Hernando de Soto (“El Otro Sendero”, 1986) recoge esta manera de enfrentar los problemas poniendo énfasis en las relaciones jurídicas. Según De Soto, existen múltiples trabas legales que dificultan la formalización de los informales, que llevan a que se mantenga dormido para la economía formal cuantiosos recursos que perviven en el sector informal y que podrían perfectamente ser aprovechados para el desarrollo. En la perspectiva de fundamentar este enfoque, De Soto realiza un análisis exhaustivo del capital inmobiliario informal que existe en Lima, lo que le permite concluir que el sistema financiero podría estar muy interesado en captar estos activos por medio de hipotecas. En los años noventa en el Perú se desarrolló, sobre esta base, u vasto programa de formalización de la propiedad informal cuyos resultados han sido analizados entre otros por Julio Calderón.
Julio Ortega analizó en los noventa la historia de las clases populares limeñas en el siglo 20, encontrando aspectos importantes de informalidad desde una perspectiva más bien cultural, que después ha sido desarrollada por una variada línea editorial (Villarán, Panfichi, etc.). Por esa época Matos Mar escribió un libro paradigmático (“Desborde Popular”) que marcó el inicio de un pensamiento que veía de manera positiva la informalidad (v. también por ejemplo Degregori, Golte, Villarán en el plano económico con el caso Gamarra, etc.); contrarrestado por una visión más bien critica (“cultura combi”).
Otra vertiente muy importante en materia de pensamiento urbano, anterior al estructural funcionalismo norteamericano pero que se prolonga en el tiempo, fue la llamada escuela de Chicago, pensamiento culturalista, o de la ecología urbana como también se le conoce. Esta corriente tiene sus raíces precursoras en el pensamiento de Jorge Simmel, sociólogo alemán de fines del siglo XIX y principios del siglo XX. Simmel pensaba que los sucesos sociales, antes que hechos, eran el producto de relaciones y que la relación entre dos personas creaba a algo distinto, resultante de lo que cada uno aportaba a la relación, en lo que él llamó la teoría de la acción recíproca. Sobre estas bases Simmel estudió a personajes tales como el inmigrante y el pobre y analizó el comportamiento del individuo al interior de la sociedad moderna en un pequeño texto titulado "Metrópoli y mentalidad". La escuela de Chicago que tuvo en Robert Park a uno de sus principales exponentes, retomó esta línea de reflexión para abordar un problema urbano mayúsculo que padecían las ciudades norteamericanas de los años 20 del siglo pasado: Los conflictos sociales derivados de una migración europea masiva que en pocos años había revolucionado ciudades como Chicago y Nueva York. De allí salen estudios que abordan el comportamiento del individuo en el medio urbano, la lucha por el espacio, y las tendencias de desarrollo de las ciudades. Se trata en este caso de una manera de abordar los problemas urbanos desde la especificidad de las interrelaciones humanas, que utiliza métodos de análisis cualitativos antes que cuantitativos, tratando de entender el fondo, las causas últimas de los problemas. Luis Wirth publicó hacia 1938 un trabajo con el título "Metropolización y modo de vida", que analiza el fenómeno que constituyen las grandes ciudades poniendo énfasis en la gran heterogeneidad de sus habitantes, la fragmentación social y el anonimato, que confieren un carácter especial al habitante urbano.
Durante el periodo que se inicia con el fin de la Segunda Guerra Mundial va a primar en los Estados Unidos el pensamiento estructural funcionalista que habla de las grandes estructuras y los pensamientos globales, alentado por el triunfalismo de la sociedad norteamericana como producto de la victoria en la Segunda Guerra Mundial. La escuela de Chicago entra momentáneamente en una fase de declive, pero retomará nuevamente el protagonismo gracias a la corriente denominada "Interaccionismo simbólico", impulsada entre otros por el canadiense Erwin Goffman, ( ). que retoma la relación como el aspecto clave del proceso social. Escribe "La Puesta en Escena de la vida Cotidiana" (1973, ). Según Goffman, los individuos o grupos son actores que se relacionan entre sí jugando determinados roles. En “Frame Analysis” (1974) desarrolla la teoría de los 'marcos', en torno a los cuales se forman las fachadas simbólicas nacionales, sociales, grupales o personales que proyectan rasgos de personalidad distintiva, capacidad de dramatización e interlocución y fijan las condiciones previas de interacción.
Este enfoque nos abre las puertas al constructivismo estructuralista de Pierre Bordieu . Se trata, en primer término, de superar las parejas de conceptos dicotómicos idealismo - materialismo, sujeto - objeto, colectivo – individual. En segundo lugar, de aprehender las realidades sociales como construcciones históricas y cotidianas de actores individuales y colectivos, que tienden a substraerse a la voluntad clara y al control de estos mismos actores. En relación con lo anterior, los constructivistas convergen en una tesis fundamental: Las realidades sociales son a la vez objetivadas e interiorizadas. Es decir, por una parte remiten a mundos objetivados (reglas, instituciones...) exteriores a los agentes, que funcionan a la vez como condiciones limitantes y como puntos de apoyo para la acción; y por otra se inscriben en mundos subjetivos e interiorizados, constituidos principalmente por formas de sensibilidad, de percepción, de representación y de conocimiento. El concepto de “habitus” ocupa un lugar central dentro su sistema conceptual, construido para escapar de las antinomias clásicas. El habitus según Bordieu, es aquello que hace que los agentes dotados del mismo se comporten de cierta manera en ciertas circunstancias”. El habitus es un sistema abierto de disposiciones que se confronta permanentemente con experiencias nuevas y, por lo mismo, es afectado también permanentemente por ellas. En primera instancia, Bourdieu presenta la génesis del habitus como proceso de inculcación de un arbitrario cultural y como incorporación de determinadas condiciones de existencia; lo que parece sugerir dos modos distintos de generación del habitus: la inculcación y la incorporación.
En un recuento de algunos de los enfoques más importantes en materia de análisis urbano no puede dejar de mencionarse el que se refiere al estructuralismo marxista o teoría del conflicto, llamado “enfoque de los movimientos sociales”, representada entre otros por sociólogos como Manuel Castells. El enfoque urbano de Castells parte de la crítica que hace al pensamiento culturalista (v. introducción a “La Cuestión Urbana”,1972). Para Castells la segregación espacial no es un producto natural de agrupamientos culturales ni de fenómenos relacionados con la selección ecológica, sino de intereses económicos que predominan en la ciudad, que hacen que los sectores de mayores ingresos ocupen los emplazamientos más convenientes. Según Castells existen tres contradicciones que predominan en la ciudad y que enfrenta a las clases sociales: a) La lucha por el sentido último de lo que debe ser la ciudad; b) El rol que se le asigna a la ciudad; c) la forma que adquiere la ciudad. Estas tres contradicciones puedan variar de acuerdo a cómo se mueva cada clase social, en especial las clases populares que tienden a crear lo que se denomina movimientos sociales urbanos, que serían “un sistema de prácticas que resultan de la articulación de una coyuntura del sistema de agentes urbanos y de las demás practicas sociales, de tal forma que su desarrollo tiende objetivamente hacia la transformación estructural del sistema urbano, o hacia una modificación sustancial del sistema de fuerzas”.
A fines de los años noventa cobró mucha vigencia el llamado “enfoque de la pobreza”, definida como la situación que le impide a uno o más individuos o familias satisfacer una o más necesidades básicas y participar plenamente en la vida social (PNUD, 1990). Según este enfoque, existen necesidades vitales cuya no satisfacción genera “pobreza absoluta”, y necesidades “no vitales”, que genera “pobreza relativa”. Como método de trabajo establece una línea de pobreza a partir de una canasta que toda familia debiera poder satisfacer. Con ayuda de esta canasta de referencia se mide el nivel de ingresos o de consumo de las familias. Posteriormente se desarrolló el método de las “necesidades básicas insatisfechas”, que contempla variables tales como hacinamiento, vivienda improvisada, agua y desague y educación. Y hoy predomina el llamado método integrado, que divide a los hogares en cuatro grupos: Hogares con pobreza crónica, que son los que se encuentran por debajo de la línea de pobreza y tienen una o más carencias criticas; los hogares con carencias inerciales, que son las familias cuyo ingreso está por encima de la línea de pobreza pero tiene una o más carencias vitales; los hogares en pobreza reciente, con ingresos por debajo de la LP pero sin SBI; y hogares en situación de “integración social”, por encima de la LP y sin NBI.
Otros enfoques importantes que también permiten adentrarnos en la problemática urbana son el enfoque territorial y el enfoque de las redes sociales.
De acuerdo con el primero, el territorio es un espacio acotado, delimitado administrativamente y donde se llevan a cabo los procesos de intercambio. Pero no se trata sólo de un lugar de intercambio económico, de un mercado, sino de un “espacio de relaciones” entre seres humanos y grupos sociales y de ambos con la biósfera, íntimamente vinculado a las necesidades de la vida en comunidad. La forma que adquiera esta triple relación (en los planos económicos, sociales, políticos, históricos, culturales) y la organización social que se derive, determinarán la dirección que ha a tomar dicha comunidad y el manejo que hará del territorio. A una relación depredadora del hombre con la naturaleza corresponderá por ejemplo, una forma jurídica que legitime este tipo de relación y una organización basada en esa forma jurídica (v. Maquet Makedonski: “Territorio y Desarrollo Local, Modelo para Armar”).
El enfoque de las redes sociales plantea que las relaciones sociales no están necesariamente delimitadas por la dimensión espacial o territorial, sino que los individuos pueden construir sus propias redes de vínculos sociales sin necesidad de sociabilizar con sus vecinos. Estas redes de “cercanía virtual” o forjadas a través de intereses comunes (barras), estas “comunidades”, estarían ocupando un espacio cada vez más importante en la definición de los comportamientos personales, dependiendo de algunas características tales como densidad o fuerza. Una variante de este enfoque, pone énfasis en la posición que ocupa el individuo en cuestión en este sistema (Panfichi: “Del Vecindario a las redes Sociales: Cambio de perspectiva en la sociedad urbana, Debates en sociología, PUCP 1994).
En una perspectiva más afín a la arquitectura un recuento de las ideas urbanas no puede dejar de mencionar al modernismo o escuela internacional, surgido del Primer Congreso Internacional de Arquitectura Moderna (Suiza 1928) a instancias de arquitectos tales como Le Corbusier, que pensaron que era indispensable adecuar las formas a las necesidades de la gente y hacer a la arquitectura funcional al desarrollo de la persona, de la región, del país (Declaración de Sarraz 1928). Es la forma puesta al servicio del proyecto social (recuérdese en esa perspectiva el diseño de Huaycán que debía permitir integrar a la gente a partir de las UCVs). De ella bebieron en el Perú diversos arquitectos, destacando Fernando Belaúnde y Carlos Williams. En el tercer Congreso, en 1933, se discutió aprobó la “Carta de Atenas”, que resume las conclusiones del estudio de 33 ciudades y plantea una serie de principios acerca de lo que debiera ser una ciudad y una vivienda adecuada (V:” Guía Práctica…” Paul M. M).