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martes, 13 de noviembre de 2012

Pizarra

La lucha contra la revocatoria nos convoca a todos


Existe un problema muy serio en la sociedad peruana, especialmente en la clase política, en los organismos del estado, llámense Indecopi o Jurado Nacional de Elecciones, por mencionar a dos, en la jerarquía de la iglesia católica, en los grandes medios de comunicación y en los formadores de opinión en general. Por un lado reclaman respeto a las normas, rechazo a la violencia, rigor en el trabajo y valores que protejan a la juventud. Palabras huecas. Y por el otro, mienten con total cinismo, insultan, apoyan a ladrones y ladronzuelos - achorados o de guante blanco -, se encubren entre ellos, se pertrechan detrás de la impunidad y de la informalidad, ejercen el sicariato mediático y utilizan políticamente (y/o para fines de interés personal) los medios de comunicación y los poderes públicos. La política peruana da vergüenza ajena. Ha caído a sus niveles más bajos. Todo vale para conseguir los fines deseados, al punto que Laura Bozo es hoy un pálido ejemplo de la podredumbre en la que nos encontramos. Recién ahora estamos viendo en todo su esplendor cuán hondo ha calado en las mentes y en los corazones de nuestra sociedad el fujimorato que nos gobernó por tanto tiempo. Y que lo sigue haciendo, ahora desde la Dinoes. Los ejemplos abundan, el intento de revocatoria fraudulenta y abusiva a la Alcaldía de Lima, el batir palmas por la asonada de la Parada, el silencio ante los responsables reales, el “no sabe no opina” ante los intentos por detener la reforma del transporte, la campaña infame por la liberación del preso Fujimori, el servilismo ante Yanacocha o Telefónica, la venganza personal contra personas probas, la criminalización de la protesta, el llamado a restringir las libertades personales. Ante todo lo que está sucediendo no podemos menos que afirmar nuestra capacidad de indignación y alzar nuestra voz de protesta. Lo que está en juego hoy en nuestro país no es un modelo económico o un sistema político. Está en juego una forma de vida, de ser, de sentir. Se llenan la boca con el crecimiento económico y la modernización del país pero nos envenenan el alma. Decir que todo ello es intrínseco a un modelo es hacerle un favor a la corrupción. ¿Por quiénes estamos gobernados? ¿Quiénes detentan el poder real? ¿Por qué las mafias y los intereses creados influyen tanto en la toma de decisiones? ¿Qué está pasando en el Perú? Hasta hoy se ha tendido a considerar esta situación como parte del contexto. Pero sucede que a veces los fenómenos se autonomizan de las causas que les dieron origen y se transforman en un fenómeno en sí mismos. Como la relación capitalismo - urbanización, estudiada con acuciosidad por Henry Levebvre. La corrupción es hoy por hoy un problema en sí que tenemos que atacar de raíz y desterrarlo de nuestra sociedad, sabiendo que ha calado muy hondo en todas las esferas de la vida nacional. Pero es más que sólo la corrupción. Es la degradación moral. Frente a la cual el pragmatismo, el “entrar en el juego” porque “así son las cosas”, no hace sino fortalecerla y legitimarla. No es que la política en general sea necesariamente sucia. Pero esta política sí lo es. Cambiar el estado de cosas sería motivo de todo un programa de acción a sabiendas que habrá que remar contra la corriente tenida cuenta de que aquellos que no están en este estado de degradación moral, por lo general se ponen de costado sea por miedo o por flaqueza y se convierten sin quererlo y acaso sin saberlo, en cómplices silenciosos. “El pacto infame de hablar a media voz”, decía alguien hace mucho tiempo. Terminemos con eso. Será un buen principio.